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lunes, julio 17, 2006

 

El punto Dios. Por Martín Amaral


Vuelo libre
Martín Amaral
El punto Dios
Es mediatarde en mi ciudad, una ciudad media del noroeste de México. Afuera hace un calor típico de nuestro duro verano: 40 grados, aunque en fuertes ramalazos puede llegar a los 48 o 49.
Desde mi habitación, instalado en el clima artificial, veo la ventana que da al patio de mi casa. Afuera llueve a ratos y los árboles, agradecidos, parecen alzar con fuerzas sus ramas/brazos como clamando y agradeciendo por la lluvia. En la ventana de la recamara de mi hija retoña una enredadera que sólo vive del agua de la lluvia. Reverdece.
Es una enredadera parecida al arquetípico ave Fénix, con la capacidad de renacer. Padezco ELA desde hace un año y medio, quizá algo más, aunque han sido los últimos 10 meses que me ha atacado con fiereza.
Pero ahora no deseo hablar de mí (nuestra) pelea, sino comentar con ustedes una nota publicada en esta página que Carlos y Pilar animan generosamente. La nota en cuestión aparece publicada hace unas semanas con el título: “Rezar no sirve”.
Desde que la leí, desde el propio título, que no se corresponde cabalmente con el contenido, me causó una desazón, un malestar que he cargado encima, sintiendo que algo trastocado hay en ella, algo que siento amasado a fuerza, artificiosamente.
No me detendré en su contenido: baste decir que es una investigación gringa (ya sabemos que ellos cargan tanto ocio y superabundancia que se dan el lujo de investigar naderias inviertendo millones de dólares) que cuestiona si rezar u orar por los enfermos sirve de algo o les mejora.
But of course, que la “investigación” parece concluir que rezar no mejora a los pacientes.
Aquí es donde me salta el malestar: cómo, me pregunto, poder tasar, medir, ponderar, registrar, aquello que, perteneciendo por excelencia al mundo de lo sobrenatural, de las creencias profundas, de lo inmaterial no se apresa con cuestionarios y estadísticas.
En el fondo del asunto está la creencia en Dios, la creencia en los milagros; la creencia pues de que somos algo más que un amasijo precario y temporal compuesto de simple carne, tendones, músculos, órganos y huesos.
Ahí es donde toda la información científica, donde la estadística y los dólares se dan tumbos: porque la ciencia puede explicar por qué a veces rezar pareciera no servir de nada, pero no explica por qué a veces orar sirve efectivamente y obra milagros.
Porque simplemente evaluar eso es imposible con las herramientas de las ciencias sociales, tan útiles para lo tangible; porque es como querer medir la altura del Everest con el instrumento con que miden la presión, es como querer contar las gotas del océano con la cuchara sopera. Son instrumentos incompatibles porque son realidades ajenas.
Mi formación profesional es la de sociólogo, aunque tengo tiempo (antes de contraer la enfermedad) que he vuelto a Dios, que he retornado a Jesucristo. Y lo agradezco pues nada me ha servido tanto en estas horas aciagas que saberme una criatura de Dios, que saber que puedo acogerme a Él y confiar aún en la peor tribulación.
A mi me gusta también la ciencia, pero no me agrada cuando encuentro cómo sus instrumentos son aún precarios para acercarse a otras realidades.
No sé cuáles sean las creencias de ustedes, pero de veras que quiero decirles que no hay calidad ni plenitud humanas sin esa disponibilidad hacia los demás, denominada como justicia, compasión, misericordia o sensibilidad. Esos valores que religiones como la cristiana postula.
Aunque también, a partir de hoy, podríamos denominarla inteligencia espiritual, si consideramos los más recientes estudios neurológicos, en una suerte de atisbo que ahora los científicos parecen encontrar justo de aquellas realidades que no por menos estudiadas son menos reales.
Un frente avanzado de las ciencias está constituido hoy por el estudio del cerebro y de sus múltiples inteligencias. Se ha llegado a resultados significativos, también para la religión y la espiritualidad.
Se destacan tres tipos de inteligencia. La primera es la inteligencia intelectual, el famoso CI (cociente de inteligencia), al que se dio tanta importancia durante todo el siglo XX. Es la inteligencia analítica, por la que elaboramos conceptos y hacemos ciencia. Con ella organizamos el mundo y solucionamos poroblemas objetivos.
La segunda es la inteligencia emocional, popularizada por el psicólogo y neurocienftífico de Harvard, David Goleman, con su conocido libro La inteligencia emocional (CE = cociente emocional). Él ha mostrado empíricamente lo que ya era una convicción de toda la tradición de pensadores, desde Paltón, pasando por San Agustín, hasta culminar en Freud: la estructura de base del ser humano no es razón (logos) sino emoción (pathos).
Somos, primariamente, seres de pasión, de empatía, de compasión, y sólo después, seres de razón. Cuando combinamos CI con CE conseguimos movilizarnos a nosotros mismos y a los demás.
La tercera es la inteligencia espiritual. La prueba empírica de su existencia deriva de investigaciones muy recientes, de los últimos diez años, realizadas por neurólogos, neuropsicólogos, neurolingüístas y técnicos en magnotoencefalografía (que estudian los campos magnéticos y eléctricos del cerebro).
Según estos científicos, hay en nosotros otro tipo de inteligencia, científicamente verificable, por la cual no captamos datos, ideas o emociones, sino que percibimos los contextos mayores de nuestra vida, totalidades significativas, y que nos hace sentir nuestra vinculación al Todo. Nos hace sensibles a los valores, a cuestiones relacionadas con Dios, y a la transcendencia. Es la llamada inteligencia espiritual (CEs = cociente espiritual), porque es propio de la espiritualidad captar totalidades y orientarse por visiones transcentales.
Su base empírica reside en la biología de las neuronas. Se ha comprobado científicamente que la experiencia unificadora se origina en las oscilaciones neurales a 40 herzios, especialmente localizada en los lóbulos temporales. Se desencadena entonces una experiencia de exaltación y de intensa alegría como si estuviésemos ante una Presencia viva.
Inversamente, siempre que se abordan temas religiosos, como Dios, o valores que conciernen al sentido profundo de las cosas, no de una manera superficial sino con un involucramiento sincero ante ellos, se produce la misma excitación de 40 herzios.
Por esta razón, neurobiólogos como Persinger, Ramachandran y la física cuántica Danah Zohar han llamado a esa región de los lóbulos temporales como el «punto Dios».
Si esto es así, podemos decir en términos de proceso evolutivo: el universo ha evolucionado, durante miles de millones de años, hasta producir en el cerebro el instrumento que capacita al ser humano para percibir la Presencia de Dios, que siempre estaba allí, aunque de un modo no perceptible conscientemente. La existencia de este «punto Dios» representa una ventaja evolutiva de nuestra especie homo. Es una referencia de sentido para nuestra vida. La espiritualidad pertenece a lo humano y no es monopolio de las religiones.
Afuera ha dejado de llover. Alegra, la perrita de la casa rasca la puerta reclamando atención. Mi esposa y mi hija han salido un rato; yo he aprovechado para teclear estas palabras para ustedes, pensando, recordando, en sus cartas, algunas tan llenas de zozobra y de angustia, otras tan empeñadas en seguir buscando, manteniéndose alertas ante las novedades medicas.
Personalmente he optado por pelear, por buscar en la medicina humana, pero sin olvidar un momento que ante todo estoy sujeto a la volunta de Dios; que si he encontrar solución a mi situación será porque así lo decide Dios.
Actualmente estoy por irme, el próximo 21 de julio, a Montevideo, al Hospital Británico a la operación de transplante de células madre. Voy, ire, por pura gracias de Dios, ya que dinero no tengo, ya que mis amigos están aportando para sufragar los gastos.
Releo lo escrito y lamento haber divagado tanto. Al final, lo que me gustaría decirle a personas que sufren lo mismo o que ven a sus familiares padecer, que este trance puede cobrar algún sentido (el de la trascendencia) sí y sólo si acudimos a Dios. De lo contrario somos apenas unas velas que, encendidas y todo, nos congelamos.
Y a orar por nosotros, con alegría, con fe y con esperanza…

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