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viernes, julio 20, 2007

 

No se puede separar a Rosario de Fontanarrosa

UNA CIUDAD A LA QUE ESTUVO SIEMPRE LIGADO POR AFECTOS Y TRABAJO
No se puede separar a Rosario de Fontanarrosa

Allí creó sus personajes, se apasionó por Rosario Central, cultivó entrañables amistades, amó a los suyos y era tratado con admiración pero sin pompa.
Mauro Aguilar . ROSARIO CORRESPONSAL
maguilar@clarin.com

Rosario, con sus límites imperfectos, logró cobijarlo desde siempre. La familia, sus amigos, el café, las fachadas conocidas. Y Rosario Central, claro, el amor incondicional plasmado en azul y amarillo se convirtieron en parte su mundo. Citas impostergables a las que acudió sin renunciamientos. Incluso hasta la noche anterior a su muerte, cuando en su departamento compartió una cita con sus más cercanos confidentes, muchos de los habituales integrantes estables de la Mesa de los Galanes, donde el miércoles abordó el ritual de las charlas vinculadas con el fútbol.

Sus íntimos, aquellos que lo conocen desde que vestía con pantalones cortos, recuerdan que cada vez que al Negro le preguntaban cómo no abandonaba Rosario, él retrucaba con un argumento sencillo: "Tiene lindas minas y buen fútbol. ¿Qué más puede pretender un intelectual? Hecho que, por otra parte, no es demasiado curioso. Un millón doscientas mil personas han tomado la misma determinación".

El personaje era amado aquí, pero establecía con la gente una relación particular. Jamás fue asediado. Podía caminar cruzado apenas por el afecto ocasional de todos, aun entre los leprosos de Newell''s, los primos a los que azuzó desde sus cuentos, siempre con altura, lejos de cualquier atisbo agresivo. Ahora, ante el avance desenfrenado de edificios y emprendimientos comerciales, ante el desarrollo implacable de la urbe, Fontanarrosa advertía con preocupación que la ciudad estaba perdiendo ese sello, ese gusto a barrio que tanto amaba. "En definitiva, Rosario es como una Buenos Aires más chica, afortunadamente más chica y con muchos menos habitantes", definía hace tiempo.

El Negro decidió quedarse. Siempre. Lejos de arrepentirse de su decisión, desde su estudio del barrio Alberdi, un lugar rodeado de plantas y pájaros, con una frondosa biblioteca, logró trascender con sus dibujos hasta imponer su marca en el mundo.

Los carteles con su rostro, mucho antes de que llegara la enfermedad y los homenajes en continuado, lo marcaban como uno de los personajes característicos del lugar. De ésos que generaban orgullo. Junto a él, se observaba a otro Negro, Olmedo, a Niní Marshall o a Fito Páez. Un seleccionado rosarigasino.

En la calle José C. Paz, en la zona norte, trabajó durante años, hasta que la enfermedad le impidió gambetear los desniveles de aquella propiedad, a la que abandonó con dolor en agosto pasado. Allí trabajaba descalzo, lejos de todo contacto humano. Era uno de sus lugares preferidos. "Donde trabajaba no entraba nadie. Era para que no se contaminara el atrio", recuerda Alberto Mirtuono, quien oficiaba de representante desde su adolescencia.

El encuentro con amigos quedará como una de las postales más nítidas de su vida en la ciudad. El Negro se encargó de colocarle al grupo el rótulo pomposo de "Galanes". Los comienzos de aquellos encuentros se remontan a principios de los setenta, con un grupo cambiante. Por sus mesas pasaron Ricardo Negro Centurión, Belmondo, Chelo Molina, Chiquito Martorel, Colorado Vázquez, Guillermo Turco Jaraj, el Peruano, Pedro Jáuregui y el Zorro. Se trataba de un recreo, un momento para hablar "al pedo", según su propia definición. Ni siquiera el cierre de El Cairo los detuvo. Con el Negro como principal abanderado, comenzaron una recorrida por distintos puntos de la ciudad. Primero fue La Sede. Luego, volvieron a El Cairo tras la reapertura.

Con los achaques se modificó el destino de aquella reunión. Metrópoli, debajo de su departamento, fue el último refugio de los "Galanes", antes de que se tomara la decisión de reunirse en la propia morada del humorista. Anoche, una mesa vacía, apenas con un pocillo, descansaba junto a un atril en el que se observaba una pintura con el rostro sonriente del Negro. Un homenaje silente e impostergable.

Central, su club, la camiseta a bastones amarillos y azules, se convirtieron en otra referencia inevitable. Siempre lo volcó en sus cuentos. Y en 2006 se dio el gran gusto de imponerle su sello a la casaca amada: allí marcó los trazos de una de sus últimas creaciones, el hincha desaforado al que denominó "Canaya". El lo interpretó como una manera de homenajear al club. La institución, los hinchas, los jugadores, el tipo común, conocían la verdad que la humildad del escritor no se permitía comentar: todo era un rotundo homenaje para él.

A pesar de su enfermedad, hace pocos meses volvió al Gigante de Arroyito. Le tiraba el juego, esa comunión con el equipo al que vio por primera vez en 1954, ante Tigre, a los 10 años. En su página web dice que en caso de tener que ponerle música de fondo a su vida, lo hubiese hecho con la transmisión de los partidos de fútbol. "¿Pasión por el fútbol? No, él tenía pasión por Central", apunta el Negro Centurión. Y en Rosario, claro, estaban también sus afectos: mamá Rosa, su hermana Perla, Franco, hijo y músico con clase, y Gaby, su compañera de los últimos años.

En Rosario tenía todo lo que quería. Sus autoridades, luego de que fuera reconocido por sus pares en Cartagena de Indias, lo distinguieron con la denominación de "escriba" de la ciudad. En las calles lo recibieron como si se tratara de una celebridad. "Esto se emparenta con aquellos recibimientos a Nicolino Locche cuando lo paseaban por la ciudad en una autobomba", comparó con su mirada filosa y burlona.

Como no podía ser de otra manera, aquí, en el III Congreso de la Lengua, rodeado de escritores afamados, tuvo una de sus exposiciones más recordadas. Allí habló de las malas palabras. Allí, en medio de tanta pompa, se mostró tal cual era: sencillo, ingenioso, directo, hilarante. Así lo recordaban ayer en Rosario. Un lugar al que jamás renunció.

Fuente:
http://www.clarin.com/

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