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viernes, marzo 09, 2007

 

La madre de todas las células

FEBRERO DE 2007

Descubrimientos
La madre de todas las células
por Javier Cruz

Si la búsqueda de la fuente de la eterna juventud sostuvo al gremio de los juglares y a la industria de la alquimia en tiempos medievales, hoy en día son la prensa y la industria clínica las que persiguen su propio grial: la fuente de las células troncales.
Nadie dice que estas células escondan el secreto de la inmortalidad, desde luego, pero sí un arsenal de terapias potenciales para al menos plantarle cara a una serie de enfermedades y síndromes que tienen a la medicina moderna en estado de frustración crónica. Por ejemplo, los males de Alzheimer y Parkinson son condiciones degenerativas, progresivas y sin cura, que degradan continuamente funciones esenciales sin las cuales la vida termina por no parecer digna. Las lesiones cerebrales suelen ser igualmente intolerables, como lo son muchos casos de enfermedades cardiovasculares. La diabetes es una bomba de tiempo en cámara lenta.
Es frecuente que los medios, cuando reportan sobre células troncales, mencionen esta lista de fastidios como las metas más apetitosas de las terapias potenciales. Y lo son, en efecto, porque a pesar de las diferencias obvias, en todos estos casos hay un elemento común: la pérdida de células especializadas, o su funcionamiento deficiente.
Lo maravilloso de las células troncales como posibles herramientas terapéuticas reside precisamente en que poseen la sorprendente habilidad de convertirse en cualquier tipo de célula especializada. Su propio nombre sigue una analogía de jardinero que pone de relieve la idea de que del conjunto de las células troncales de que se compone inicialmente el embrión se desprenden, como ramas de un tronco, las células diferenciadas con que se forman los tejidos y órganos con funciones muy específicas: corazón, ojos, piel, pelo, neuronas. En la muerte o mal funcionamiento de un número significativo de estas células diferenciadas suele estar el origen de muchos de los peores males, y por eso mismo se piensa que una fuente abundante y confiable de células troncales podría, en principio, dar la materia necesaria para suplir las células diferenciadas ausentes o deficientes.
Y quienes prefieren utilizar el término de células “madre” en vez de “troncales” no necesariamente se equivocan porque, aun sin proponérselo, le atinan a un problema tristemente inseparable de esta quimera: la producción de células “madre” ha resultado ser la madre de todas las controversias morales.
Ocurre que las células troncales no se dan en maceta, y aunque recientemente se han detectado en regiones especializadas –como en el cerebro, por ejemplo–, no están disponibles ni en la cantidad ni con la calidad óptima para los tratamientos con los que medio mundo sueña. En cambio, abundan en los embriones en desarrollo temprano, lo cual es perfectamente lógico porque ahí se especializan las células que forman el ser humano resultante. En consecuencia, mientras media humanidad apoya la idea de perfeccionar técnicas de aislamiento y cultivo de estas células troncales embrionarias, la otra media protesta, indignada, por lo que perciben como la destrucción de seres humanos “en potencia”.
Fue en este contexto en el que un grupo de investigadores de la Universidad Wake Forest, en Estados Unidos, se echó un clavado en lo que bien podría ser la fuente confiable –¡y libre de objeciones!– que todo mundo buscaba: el fluido amniótico.
Como suele suceder con la solución de ciertos acertijos, que parece obvia cuando se conoce pero que antes resultaba inimaginable, la idea de cosechar células troncales en el fluido amniótico tiene una lógica tan transparente, que cuesta entender en qué pantano andábamos atascados que a nadie se le ocurrió antes.
Los embriones humanos se desarrollan en el interior de una especie de bolsa con doble membrana: el corion por afuera, y el amnios, en cuyo interior crece el embrión, flotando en un líquido que amortigua el impacto y lo nutre. Ahora bien, ese crecimiento ocurre a partir de ¡células troncales! Y como ningún proceso es absolutamente eficiente, no debería sorprender que hubiera células troncales en el fluido amniótico en que flotan esos rehiletes de diferenciación celular que llamamos embriones en desarrollo. “Por décadas se ha sabido que la placenta y el fluido amniótico contienen varios tipos de células progenitoras derivadas del embrión en desarrollo”, explicó en un comunicado de prensa Anthony Atala, autor principal del hallazgo. “Nos planteamos la pregunta de si sería posible capturar verdaderas células troncales de entre esta población de células”. El relato de Atala es engañosamente simple, porque la preguntita se la formularon hace siete años, tiempo que les tomó juntar las pruebas para poder completar la siguiente línea del boletín: “La respuesta es que sí.”
El artículo en el que describen su hallazgo, publicado en el número de enero de la revista Nature Biotechnology, es muy poco amable con el estilo literario, pero muy rico en detalles importantes: “Aproximadamente el uno por ciento de las células en cultivos de amniocentesis humana obtenidos de especímenes de diagnóstico genético prenatal expresan el antígeno de superficie c-Kit, receptor del factor de células troncales”, se lee en uno de sus primeros párrafos.
Ahí, enterrada en una maldición incomprensible de latinajos, está la palabra con mayor trascendencia social de esta noticia: amniocentesis. Se trata de una prueba relativamente rutinaria de diagnóstico prenatal, en la cual se extrae una muestra de fluido amniótico para analizar su composición en busca de rastros que alerten contra posibles problemas del embarazo o defectos genéticos. Es decir que es un procedimiento ya plenamente regulado y exento de objeciones médicas, éticas o morales.
Los siete años transcurridos entre “nos preguntamos” y “la respuesta es sí” fueron necesarios para atender a tres cuestiones nada menores: ¿Cómo saben que son células troncales? ¿Cómo saben que son de las “verdaderas”, con la capacidad de generar las células y tejidos especializados indispensables para las terapias potenciales? ¿Y cómo saben que, una vez injertadas en el cuerpo y arrancado el proceso de especialización, no se convertirán en algo indeseable, como un tumor canceroso, por ejemplo?
Dado que el origen de las células es el aspecto más novedoso de este hallazgo, acaso valga preguntarse, aunque suene redundante, si todas las células troncales humanas son igualmente células troncales humanas, independientemente de su origen o técnica de cosecha. “La respuesta directa es que sí”, dijo el Dr. Horacio Merchant, del Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM. “Todas poseen la misma información genética. Sin embargo, su potencialidad para diferenciarse en neuronas, endotelio, músculo, difiere según su origen y el tiempo en que son cultivadas en el laboratorio.”
Ésta es una de las razones por las cuales hacen falta más investigaciones sobre células troncales amnióticas. La otra tiene que ver con algún potencial dañino que no hayan manifestado aún. “No estoy seguro de que las pruebas realizadas sean suficientes para descartar totalmente que sean carcionogénicas, pero sí lo sugieren”, advirtió el Dr. Rubén Lisker, investigador del Instituto Nacional de Ciencias Médicas. Y luego, como Presidente del Colegio de Bioética, soltó una célula de optimismo: “Me parece que las objeciones ético-religiosas a este tipo de células tal vez desaparecen, lo que es una gran noticia”. ~

Fuente: revista mexicana de literatura Letras Libre.
http://www.letraslibres.com/

Gentileza de Martín Amaral

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