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martes, julio 17, 2007
Opinión de Juan Villoro sobre el libro "Práctica de vuelo" de Martín Amaral
Opinión de Juan Villoro sobre el libro "Práctica de vuelo" de Martín Amaral
Amigas, amigos, los últimos días han estado llenos de emoción: presentamos mi libro y ahora Juan Villoro, escritor de primer nivel en lengua española, ha publicado en su columna del periódico nacional Reforma su comentario; de verdad me anima: la calidad de Villoro es muy reconocida.
Les adjunto la nota. Les anexo también un abrazo grande y afectuoso.
Martín Amaral
Reforma.com
Nacional
Embotellar relámpagos
Juan Villoro
Vicente Huidobro prometió que quien abriera su tumba vería el mar. El más célebre de sus poemas, Altazor, dio nombre a un sitio en Mazatlán para los que ya se cansaron del oleaje y necesitan otro tipo de milagros líquidos. Ahí, el escritor y barman Héctor Mendieta ofrece bebidas conversadas.
Cada vez que veo a Héctor pienso en ciertos personajes de Martin Scorsese, amigos del barrio que no son actores y aparecen unos segundos, pero sin los cuales la historia sería imposible. El dueño de Altazor dice algo, atiende un asunto, regresa al poco rato, propone un nuevo tema y deja que los demás lo discutan. Hablar así es una especialidad que se adquiere atendiendo una barra donde cinco solitarios plantean urgencias que no se ahogan en tequila.
En uno de mis pasos por Altazor, Héctor me dio una noticia fulminante: Martín Amaral , a quien admiramos por sus columnas en el Noroeste, padecía esclerosis lateral, parálisis progresiva e invencible. Esto ocurrió en 2005; Amaral tenía entonces 39 años. Hace unos meses, volví a Mazatlán y Héctor retomó la conversación como si nos hubiéramos visto el día anterior, invitándome a presentar en Culiacán el libro Práctica de vuelo, que reúne las crónicas de Amaral. Me dio otras noticias alentadoras: Martín se había sometido con éxito a una operación de trasplante de células; volvía a caminar, seguía escribiendo.
Pensé en escritores que han enfrentado desafíos físicos y escribieron al respecto con el pulso de quien cubre una exclusiva: Joseph Heller ante el síndrome de Guillain-Barré que lo llevó a la parálisis, William Styron ante la depresión, Harold Brodkey ante el sida. En una entrevista en El Universal, Amaral habló de las reacciones que le produjo la enfermedad: impotencia, rabia, deseos de resistir; los estadios sucesivos de una mente ejemplar.
De 2000 a la fecha, Amaral publica en el Noroeste la columna "Vuelo libre", cuyo título rinde tributo a sus cambiantes intereses. Ahí se ha ocupado de héroes de la cultura popular, como el Profesor Zovek, mártir del castigo corporal que se sometía a seis horas de lagartijas y descansaba para hacer abdominales; Joan Manuel Serrat, inventor de mediterráneos, o Harry Potter, el mago que demostró que ningún truco supera a la lectura.
Las columnas de Amaral también retratan la vida de Culiacán y la forma en que el ilícito se asimila a la costumbre. En una de sus estampas, un joven sicario lava su coche en un negocio donde los cepillos gigantes y la espuma son más llamativos que su camisa multicolor y su pistola escuadra. En otro episodio, el cronista lleva la cuenta de los disparos que se lanzan al aire en año nuevo y descubre que buena parte de ellos provienen de cuernos de chivo: el cielo es fusilado con derroche. En esta galería de la violencia no podía faltar el narcocorrido , el género cultural más rentable del país, soundtrack del crimen organizado.
Como el protagonista de Woody Allen en Scoop ("Primicia"), Amaral sabe que los cronistas también tienen obligaciones en el más allá. En consecuencia, comunica mensajes de Óscar Liera. En la tierra de Pedro Infante, el autor de El jinete de la divina providencia fue un indómito "infante terrible". Amaral le presta una ouija para que exclame: "Digan las cosas, no se queden con ellas". Práctica de vuelo se ampara en un poema de Pellicer para despegar y en Liera para decir verdades.
En el prólogo, el cronista comenta que ha tratado de servirse de una "ignorancia inteligente", un agradable modo de decir que no pretende tener autoridad sino buenas pasiones. Y vaya que las tiene. Sólo un columnista de su temple puede hacer que la lluvia, el olor del café o el sueño sean noticias urgentes. Como José Alvarado al inmortalizar un bolillo o García Márquez al explorar las ilusiones que infla un acordeón, Amaral singulariza lo nimio al grado de hacerlo imprescindible.
No podía faltar un retrato de otro cronista, Dante Herrera Félix, entrañable hombre de pésimo carácter que llegaba sin avisar a casa de Martín, se sentaba a la mesa y agotaba su ración de pasta sin dejar de criticar lo mal que estaba hecha. En una metáfora abusiva, este testigo incómodo fue atropellado frente a una institución cultural.
A través del retrato de Herrera Félix, Amaral refrenda la utilidad del malhumor crítico, pero sus propias crónicas tienden a la celebración: Borges, Cortázar, Élmer Mendoza son encomiados con técnico deleite.
Formado como sociólogo, Amaral acude con frecuencia al pensamiento, ya se trate de la preocupación de Susan Sontag por la forma en que nuestra época normaliza el horror, o la teoría del kitsch de Hermann Broch, que en el culto a lo cursi de hoy en día podríamos usar como método de superación personal.
En sus años de estudiante, Amaral lanzó como candidata a directora de la preparatoria a una perra sin más adiestramiento que el ladrido. Cuando pidió que le vendieran una computadora a plazos, algunos pensaron que se había tranquilizado. Antes de saldar su deuda, ya dominaba el arte de escribir incendios.
El periodismo de los años tempranos de García Márquez, cuando llegaba a las redacciones de Barranquilla y Cartagena vestido como un astro del mambo y lo apodaban Trapo loco, no se conocería de no haber reinventado el hielo en Macondo. Es de celebrar que dispongamos desde ahora de la primera reunión en libro de "Vuelo libre". Ojalá llegue otra pronto, pues el teclado de Amaral no deja de echar humo.
Los románticos pedían una literatura equivalente a un elíxir. El buen periodismo es tonificante y perturbador, y se sirve en copa pequeña. Lo sabe Héctor Mendieta, barman y prologuista de Práctica de vuelo. Cuando me anunció que el libro estaba próximo a salir, sonrió como sólo puede hacerlo quien conoce todos los cocteles pero está a punto de dar con uno superior.
En efecto: Martín Amaral embotelló un relámpago.
Amigas, amigos, los últimos días han estado llenos de emoción: presentamos mi libro y ahora Juan Villoro, escritor de primer nivel en lengua española, ha publicado en su columna del periódico nacional Reforma su comentario; de verdad me anima: la calidad de Villoro es muy reconocida.
Les adjunto la nota. Les anexo también un abrazo grande y afectuoso.
Martín Amaral
Reforma.com
Nacional
Embotellar relámpagos
Juan Villoro
Vicente Huidobro prometió que quien abriera su tumba vería el mar. El más célebre de sus poemas, Altazor, dio nombre a un sitio en Mazatlán para los que ya se cansaron del oleaje y necesitan otro tipo de milagros líquidos. Ahí, el escritor y barman Héctor Mendieta ofrece bebidas conversadas.
Cada vez que veo a Héctor pienso en ciertos personajes de Martin Scorsese, amigos del barrio que no son actores y aparecen unos segundos, pero sin los cuales la historia sería imposible. El dueño de Altazor dice algo, atiende un asunto, regresa al poco rato, propone un nuevo tema y deja que los demás lo discutan. Hablar así es una especialidad que se adquiere atendiendo una barra donde cinco solitarios plantean urgencias que no se ahogan en tequila.
En uno de mis pasos por Altazor, Héctor me dio una noticia fulminante: Martín Amaral , a quien admiramos por sus columnas en el Noroeste, padecía esclerosis lateral, parálisis progresiva e invencible. Esto ocurrió en 2005; Amaral tenía entonces 39 años. Hace unos meses, volví a Mazatlán y Héctor retomó la conversación como si nos hubiéramos visto el día anterior, invitándome a presentar en Culiacán el libro Práctica de vuelo, que reúne las crónicas de Amaral. Me dio otras noticias alentadoras: Martín se había sometido con éxito a una operación de trasplante de células; volvía a caminar, seguía escribiendo.
Pensé en escritores que han enfrentado desafíos físicos y escribieron al respecto con el pulso de quien cubre una exclusiva: Joseph Heller ante el síndrome de Guillain-Barré que lo llevó a la parálisis, William Styron ante la depresión, Harold Brodkey ante el sida. En una entrevista en El Universal, Amaral habló de las reacciones que le produjo la enfermedad: impotencia, rabia, deseos de resistir; los estadios sucesivos de una mente ejemplar.
De 2000 a la fecha, Amaral publica en el Noroeste la columna "Vuelo libre", cuyo título rinde tributo a sus cambiantes intereses. Ahí se ha ocupado de héroes de la cultura popular, como el Profesor Zovek, mártir del castigo corporal que se sometía a seis horas de lagartijas y descansaba para hacer abdominales; Joan Manuel Serrat, inventor de mediterráneos, o Harry Potter, el mago que demostró que ningún truco supera a la lectura.
Las columnas de Amaral también retratan la vida de Culiacán y la forma en que el ilícito se asimila a la costumbre. En una de sus estampas, un joven sicario lava su coche en un negocio donde los cepillos gigantes y la espuma son más llamativos que su camisa multicolor y su pistola escuadra. En otro episodio, el cronista lleva la cuenta de los disparos que se lanzan al aire en año nuevo y descubre que buena parte de ellos provienen de cuernos de chivo: el cielo es fusilado con derroche. En esta galería de la violencia no podía faltar el narcocorrido , el género cultural más rentable del país, soundtrack del crimen organizado.
Como el protagonista de Woody Allen en Scoop ("Primicia"), Amaral sabe que los cronistas también tienen obligaciones en el más allá. En consecuencia, comunica mensajes de Óscar Liera. En la tierra de Pedro Infante, el autor de El jinete de la divina providencia fue un indómito "infante terrible". Amaral le presta una ouija para que exclame: "Digan las cosas, no se queden con ellas". Práctica de vuelo se ampara en un poema de Pellicer para despegar y en Liera para decir verdades.
En el prólogo, el cronista comenta que ha tratado de servirse de una "ignorancia inteligente", un agradable modo de decir que no pretende tener autoridad sino buenas pasiones. Y vaya que las tiene. Sólo un columnista de su temple puede hacer que la lluvia, el olor del café o el sueño sean noticias urgentes. Como José Alvarado al inmortalizar un bolillo o García Márquez al explorar las ilusiones que infla un acordeón, Amaral singulariza lo nimio al grado de hacerlo imprescindible.
No podía faltar un retrato de otro cronista, Dante Herrera Félix, entrañable hombre de pésimo carácter que llegaba sin avisar a casa de Martín, se sentaba a la mesa y agotaba su ración de pasta sin dejar de criticar lo mal que estaba hecha. En una metáfora abusiva, este testigo incómodo fue atropellado frente a una institución cultural.
A través del retrato de Herrera Félix, Amaral refrenda la utilidad del malhumor crítico, pero sus propias crónicas tienden a la celebración: Borges, Cortázar, Élmer Mendoza son encomiados con técnico deleite.
Formado como sociólogo, Amaral acude con frecuencia al pensamiento, ya se trate de la preocupación de Susan Sontag por la forma en que nuestra época normaliza el horror, o la teoría del kitsch de Hermann Broch, que en el culto a lo cursi de hoy en día podríamos usar como método de superación personal.
En sus años de estudiante, Amaral lanzó como candidata a directora de la preparatoria a una perra sin más adiestramiento que el ladrido. Cuando pidió que le vendieran una computadora a plazos, algunos pensaron que se había tranquilizado. Antes de saldar su deuda, ya dominaba el arte de escribir incendios.
El periodismo de los años tempranos de García Márquez, cuando llegaba a las redacciones de Barranquilla y Cartagena vestido como un astro del mambo y lo apodaban Trapo loco, no se conocería de no haber reinventado el hielo en Macondo. Es de celebrar que dispongamos desde ahora de la primera reunión en libro de "Vuelo libre". Ojalá llegue otra pronto, pues el teclado de Amaral no deja de echar humo.
Los románticos pedían una literatura equivalente a un elíxir. El buen periodismo es tonificante y perturbador, y se sirve en copa pequeña. Lo sabe Héctor Mendieta, barman y prologuista de Práctica de vuelo. Cuando me anunció que el libro estaba próximo a salir, sonrió como sólo puede hacerlo quien conoce todos los cocteles pero está a punto de dar con uno superior.
En efecto: Martín Amaral embotelló un relámpago.