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jueves, marzo 15, 2007

 

El legado del Dr. Kevorkian. Por Martín Amaral

Vuelo libre
El legado del Dr. Kevorkian. Por Martín Amaral

Luego de cinco procesos judiciales, en 1998 el Dr. Jack Kevorkian entró a la cárcel del estado de Michigan para purgar una condena de 10 a 25 años por haber ayudado a morir a 130 enfermos terminales. Hace unas horas el también conocido como Dr. Muerte, fue comunicado que saldrá de prisión el próximo mes de junio, debido a su precaria salud, a unas semanas de cumplir 78 años.
¿Quién recuerda al Dr. Kevorkian? En la década de los noventas ocupó los titulares al encabezar una cruzada a favor de la eutanasia, ayudando a enfermos gravemente discapacitados y terminales a, en griego, "eu" -bien- y "thanatos" –muerte-: bien morir, sacando de las catacumbas este tema tabú.
La cumbre de la polémica se dio en 1998 al ayudar en la administración de una dosis letal de fármacos a un hombre de 52 años que padecía esclerosis lateral amiotrófica (ELA) y cuya muerte fue grabada en vídeo y programada para ser emitida en el programa 60 Minutes de CBS.

"Morir no es un crimen", es la frase que acompaño la lucha de Kevorkian por el reconocimiento de la eutanasia, quien en 1987 inició la publicación de sus servicios en los periódicos estadunidenses como consejero para aquellos que deseaban morir, asistiendo entre 1990 y 1998 en el suicidio de más de cien pacientes terminales que voluntariamente utilizaban una máquina inventada por Kevorkian para administrar una inyección letal.
Ahora el tema seguramente volverá a la palestra en Estados Unidos. Aunque en Europa haya tomado fuerza hace unas semanas a raíz del "Caso Madeleine Z".
Madeleine fue una francesa jubilada que escapó de un tren nazi, que vivió entusiasta la revuelta juvenil del 68, que afincada en España fue detenida por la policía de Barcelona por usar minifalda, que regenteó un restaurante con su marido, que siempre estuvo en contra de la bobería y que el pasado 12 de enero, en su casa de Alicante, mezcló con su nieve favorita un cóctel de medicamentos conseguido por la asociación Derecho a Morir Dignamente, para librarse de la misma enfermedad del último paciente del Dr. Kevorkian: la ELA.
En Europa la eutanasia está a debate: antes de Madeleine, en España el caso conocido por la película Mar adentro, con la historia del marino Ramón Sanpedro, tetrapléjico que en 1997 tomó cianuro potásico; y el año pasado el escultor español y pentapléjico Jorge León, al que desconectaron del reparador artificial; en Francia Vincent Humbert, tetrapléjico al que su madre le dio barbitúricos; en Italia, Piergiorgio Welby, con distrofia muscular y que fue desconectado de su respirador; en Suiza Josiane Chevrier, con cáncer, tomó pentobarbital mezclado con zumo de naranja. En estos momentos se discute otro caso en España: el de Inmaculada Echevarría , que padece ELA desde hace diez años y pide le retiren el ventilador, petición que fue aceptado por la Consejería de Salud en Granada y el hospital San Rafael de Andalucía y el Consejo Consultivo andaluz, al considerar que no se trata de un caso de eutanasia activa, sino de eutanasia pasiva indirecta, por lo que los médicos que cumplan esta petición no cometerían ninguna acción punible, según la Ley de Autonomía del Paciente y la Ley de Salud de Andalucía
Comparte el mismo rasgo distintivo: enfermedades incurables, tremendamente discapacitantes y que no afectaban para nada su capacidad mental para tomar una decisión. Otro rasgo: agitaron y agitan a sus sociedades con la decisión de ser ellos quienes fijaran el momento y la forma de su adiós.
El tema es difícil pues involucra renglones tan delicados como la religión, la moral, la cultura, la labor del médico, las leyes, y motivos oscuros como litigios económicos o familiares, dice el Dr. Arnoldo Kraus, el mexicano que acaso más haya reflexionado y escrito sobre la eutanasia o el suicidio asistido.
Y aunque en Europa y Estados Unidos el tema se debata, en México estamos a años luz de hacerlo.
La excarcelación del Dr. Kevorkian seguramente reabrirá la polémica: por un lado los que reclaman lo que parece una tremenda injusticia: que enfermos incurables, sometidos a dolores y dependencia extrema, que quisieran poner fin a la pesadilla que es su vida, sean obligados a seguir sufriendo por una legalidad que proclama una "universal obligación de vivir".
Para alguien como Mario Vargas Llosa (en El lenguaje de la pasión), por ejemplo, se trata de un atropello intolerable a la soberanía individual y una intrusión del Estado reñida con un derecho básico: decidir si uno quiere vivir o no.
A decir de Albert Camus (en El mito de Sísifo) es el problema fundamental de la filosofía. Una elección donde la libertad del individuo debería poder ejercitarse sin coerciones y ser rigurosamente respetada; un acto, por lo demás, cuyas consecuencias sólo atañen a quien lo ejecuta.
De hecho, así sucede con los que no requieren ser asistidos. La prohibición de matarse, no ha impedido a un solo suicida dispararse un pistoletazo, tomar estrictina o lanzarse al vacío. Y ningún suicida frustrado, remata Vargas Llosa, ha ido a la cárcel.
Del lado contrario tenemos también razones: en principio de la religión, del cristianismo que pondera la sacralidad de la vida, que no nos pertenece y de la que habremos de dar cuenta. La noción del pecado como valladar.
Pero también encontramos argumentos laicos: la experiencia de varios años en el estado de Oregón, la de Holanda y la breve de Australia (donde volvió a abolirse la eutanasia) parece indicar que puede ocurrir que no sea el enfermo quien lo pide libremente, sino que está deprimido, con ansiedad u otros problemas mentales, o que simplemente se decida "eutanasiarlo".
Se habla de que la eutanasia favorezca una "pendiente peligrosa" en contra del derecho a la vida en otros campos. En Holanda, por ejemplo la eutanasia se aplicó a un político llamado Edward Brongersma, quien la solicitó alegando únicamente "no tener ganas de vivir".
Se calcula que en Holanda se dejan morir a unos 300 bebés al año por nacer con discapacidades y hay casos (en un país que vive en la riqueza) de negar la implantación de marcapasos a mayores de 75 años; la eutanasia, arguyen entonces, favorece otras actuaciones de "eliminación de los inútiles".
Hablan de que el problema viene más de la ciudadela de la incomprensión hacia los enfermos que de las propias enfermedades: la falta de sistemas de seguridad, de paliativos, de comprensión y compañía.
La decisión de poner fin a la vida es la más tremenda y más grave que pueda tomar un ser humano. Puedo tomarse en medio de un rapto irracional, de mera confusión o desvarío. Y entonces no es una elección, sino algo más parecido a un accidente.
Pero también puede ser tomada después de una larga reflexión. Como en el caso de los enfermos terminales que, justo por su estado de indefensión extrema, tienen el tiempo y la perspectiva para decidir con serenidad.
La eutanasia es un tabú todavía en nuestras sociedades latinoamericanas: tiene que ver con el horror a la muerte, anclado en la cultura occidental, basada en el pecado y la trascendencia. A diferencia, por ejemplo, del budismo, donde la muerte aparece como una continuación de la vida.
Es uno más de los muchos frentes donde la legislación está atrasada respecto a la vida social. Pero conviene abrir la discusión, sacar el tema en los medios informativos, aunque resulte doloroso.
Ya veremos qué declara el Dr. Kevorkian cuando salga a la calle, esa que podrá pisar únicamente juramentando no volver a convertirse en el Dr. Muerte.

Publicado el 14 de marzo del 2006 en
http://www.noroeste.com/web/index.php

amaralmartin@hotmail.com

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